Y lo absurdo toma sentido. Suena como colocar un hombro dislocado. Crack. De pronto todo encaja. Cada cosa en su puto sitio. Y asusta. Como todas las verdades absolutas. De las que todos hablan. En las que nadie cree. Crack. Mi mundo mío. Siempre. Y tú en el tuyo. A eones de tiempo de mí. Encajando. Con un simple crack. Con el resto de realidades. Con el reto de la realidad. Metas que no. Presente que sí. Presencias y ausencias en un cúmulo de cebada y lúpulo. Verdades. Mentiras. Hoy. El minuto que vives. El que desprecias. Crack. Todo uno.
Tú.
Yo.
Soledad.
Compañía.
En un solo segundo.
Crack.
Crack.
Crack.
De estudiar, nudos en los hombros.
Nudos de cerveza en la lengua.
En mi mente, nudos de ti.
Nudos. Marineros. Marañas.
Nudos de razón. De corazón. Enredos.
Neblina inmensa. Londres.
Visión que engaña o dice toda la verdad.
Decisión.
Para qué.
Quién quiere desenredar.
Cuando hay tanta belleza en el desorden.
Existe la temperatura perfecta. Ahí. Entre esas nubes grises y el sol cruel de mediodía. Intenta situarte justo debajo. Un brazo mojándose de llovizna. Y el otro dorándose al sol. Aristóteles era un imbécil muy listo. Como todos. Nos dijo el resultado. Sin revelar la puta ecuación.
Y de algún modo sabía que volvería a acabar aquí. Sangrando letras blancas sobre fondo negro. Porque es más gratificante gritar entre paredes. Donde al menos el eco devuelve tu propia voz. Maté a La Sombra como se mata a las pesadillas. Despertando. Y me equivoqué pensando que con ella se irían también mis ganas de escribir. Mentiría si dijera que vuelvo. Porque es otra la que se fue. Pero queda de mí una esencia. Una voz que no quiere callarse. La estupidez innata de abrirme en canal.
Y joder...
estoy encantada.