La sombra se acaba. Termina como todas las cosas en este mundo. Apagándose. Entre portazos o llamaradas. Lo dejo a vuestra elección. Mis razones son simples. Hay demasiados recuerdos entre los recodos de mis letras. Demasiado dolor. Demasiada.... sombra. Y cuando la vida toma derroteros menos oscuros hay que tomar las riendas con fuerza. Seguirlos. Ver qué diablos nos depara destino. Escribir aquí jamás fue un lastre. Ni lo es ahora. Pero prefiero llevar el peso en una mochila cerrada. Hacer caso a mi mente cuando dice que todo va en ciclos. Cerrar. Abrir. Seguir viviendo.
Lo mejor de estos años ha sido sin duda conoceros. A todos los que estáis leyendo estas líneas. A Nube. Por sus palabras de aliento. Por su dulzura. Por todas las veces que me deseó buenas noches antes de irse a perseguir sus sueños. Al señor Korso, ahora H. Por la madurez de sus palabras. Por estar desde siempre al otro lado. Por escribir y hacerlo tan condenadamente bien. A Lau. Por inspirarme desde el otro lado del charco. A Henrykiller por invitarme siempre a pensar y a seguir adelante. A las chicas del Diván. Por dejarme compartir estados de ánimo. Sueños. Decepciones. A Sly. Porque sin ella nunca hubiese sabido que tenía un alma gemela. Que dos personas pueden vivir a kilómetros y conocerse como nadie sin haberse mirado jamás a los ojos. A Pirata. Por hacerme sonreír siempre con sus comentarios. A dream. Por dejarme conocerla. Por aguantarme tanto. Por ser quien es. Por ser. Por existir y dejarme verlo. A todos los que os pasasteis esporádicamente por aquí. Lore, Piecitos, Eigual, Stalmat, Aylen, Migae, Dorian.... todos los que habéis dedicado valiosos minutos de vuestras vidas a dejar constancia de vuestra presencia aquí. 154 post. 620 comentarios. La Sombra es y siempre ha sido vuestra. A todos, sinceramente, gracias.
Y sobre todo gracias a Arcángel. Porque sin ella aún seguiría en el amargo concepto distorsionado de mi existencia.
Fue un placer escribir a vuestro lado. Hasta siempre.
Vivía siempre en otoño. Mirando a los charcos para ver las hojas cayendo hacia arriba. Le aullaba al cielo cuando dolía el corazón. Reía siempre entre dientes por si la pena decidía robarle la sonrisa. El mar era una balsa de lágrimas. Y los ríos un llanto descontrolado hacia ninguna parte. Que lamían las orillas de su vida malgastada. Fumaba aliñado para suavizar la visión. De todas aquellas cosas que retorcían su alma y sus sábanas. Bebía para olvidar que estaba un mundo tangible. Demasiado brillante. Demasiado duro. Arrastraba los pies al caminar para borrar su propio sendero. Por si a algún idiota se le ocurría seguir sus pasos. Hasta que un día vio el rostro del miedo. Negro y frío. Se anudó su estómago y vomitó sus veintiún otoños entre jadeos que no cesaban. Tembló con tanta violencia que se agitaron sus creencias cayendo de pedestales. Escuchó el aterrador ruido de la soledad y el silencio. Quiso morir por ser coherente con la vida que la abandonaba. Pero Caronte no tenía cambio.
Lloró por su desgracia. Gritó por qué a mí. Y por primera vez en su vida oyó esa misma frase saliendo de todas las gargantas del mundo. Ahora vive en invierno. Pero la paradoja de no estar sola en la soledad es una buena estufa. Ganó más de un asalto a Ausencia. Noqueó al fracaso. Comprendiendo que ellos vivirán por siempre. Y ella no. Que se joda el mundo. Hay demasiado poco tiempo para luchar contra fantasmas a los que no se vence jamás del todo. Para invertir la caída de las hojas. Para perderlo doliéndose. Miró al miedo a la cara.
- Todos somos héroes. - escupió.
- ¿Por qué?
- Porque de una forma u otra... te sobrevivimos.