Vuelvo a amanecer con la nariz enterrada en tu pelo. Oliendo el paso de las horas. Recuerdo el frío en un instante. Y te cubro despacio con el edredón. Nadie te ha dicho que cuando duermes te faltan las alas. Ya tienes cara de ángel. Olvidando el temor a despertarte te abrazo más fuerte. Más cerca. Tomo tu mano. Y vuelves el rostro para rozar el mío. Por un momento la vida cobra sentido. Le existencia. Los minutos. Haber nacido. Ocupar un espacio. Tenerte. Que me tengas. Más de lo que me gusta que sepas. Más de lo que yo deseo saber.
Sométeme a tus apetencias. A tus silencios velados. Al infinito nebuloso de lo que no sientes. Hazme creer que sí importa. Que tú también retuerces las sábanas cada noche. Que te ahogan las palabras agolpadas en tu garganta. Todas las que no te atreves a decirme. Clávame el puñal de la indiferencia. Pero a la cara. Soporta mi mirada mientras sangro y balbuceo que me da igual. Sabes que es mentira. Aguántalo. Cárgate la mochila de la culpa por una puta vez en tu vida. Asume que tus quehaceres traen consecuencias. Que la piedra que pateas distraídamente terminará por golpear en algún sitio. Da igual que sea mi alma. O el cristal de la vecina del quinto. Hazte cargo. Dilo. He sido yo. Y saca ya la cabeza de la tierra. Te sobra belleza para jugar a ser un avestruz.