El cielo no sabe amenazar lluvia. Anuncia sombras de velo y humo. Finales de sangre y vacío. Y si te importa cuando miras hacia arriba mereces un par de premios de interpretación. Caminas entre el cobijo de las risas. De aquellos que saben tu nombre e ignoran tus gestas. Con esa sonrisa pintada al óleo sin sfumatto. Y esa habilidad tuya para frenar tantas bocas como desean devorarte. Dime cómo lo haces. Quedarte en la superficie cuando conoces el fondo. Mírame más allá de los ojos. Dime quién coño se atrevió a arrancarte la pasión por el buceo.
Decepción siempre se me vendió barata. Sabía que yo esperaba mucho de todo. De todos. Y algo en mis ojos la reveló cuánto aborrezco sus servicios. Todavía me recorre un escalofrío al sentir su aliento en mi nuca. Demasiado cerca. Demasiadas veces. Y sigue apareciendo al doblar esa esquina de apariencia indefensa. Camina arrastrando los pies. Mirando a los ojos. Segura. Cansada. Toma mi mano y me brinda media sonrisa entre cruel y compasiva. “Aquí estoy otra vez”. Y mientras ando junto a ella con nuestros dedos entrelazados me asalta una pregunta que se niega a pronunciarse. ¿Cuántas sábanas habrá revuelto esta noche antes de venir a parar a las mías?
Las mañanas tienen un ecuador difuso. Le dibujo entre las sombras de mi habitación y me tumbo a esperar que el tiempo le borre. Cinco horas de sueño pueden hinchar los ojos. Los coches que sí tienen un destino crean música de ritmo roto para llenar el silencio. Y los prefijos foráneos en la pantalla del móvil son un buen despertador. Las mañanas son horas en suspenso entre la noche y la tarde. Vacías. Demasiado claras. Luchan por ser luz entre tanta niebla. Ignorando que la bruma rara vez se deja vencer.
He olvidado cómo se tejen los sueños. Ahora se limitan a aparecer de golpe. Destellos cegadores que duran segundos. Y se van antes de que saque aguja e hilo. Hoy todo huele a planes y propuestas. Demasiado factibles. Reales. Cambié el bisturí por la palabra escrita. Y moriré sin saber si la decisión fue acertada. Me pregunto qué cojones piensa la que me mira desde el espejo. Esa en la que se juntan pasado, presente y futuro imperfecto. Me pregunto quién es. Se lo pregunto a ella. Pero vuelve su rostro en silencio. Cansada. Y sale de la habitación.
Acércame papel y boli que vamos a hacer una lista. De cuándo te duelo y cuándo te salvo. De los límites de mi personalidad cuando empieza la tuya. A ver si así definimos la línea entre tu ignorado bakunismo y mi exagerado libertinaje. Una vez hecha, cada uno por su lado. Que no sé abrir la boca sin rascar un par de egos. Y cuando está oscuro se me esconden los pros detrás de los muebles. Esperemos que esta vez traigas pilas en la linterna.
A las tres y media de la mañana el mundo puede parecer un gran chiste. Donde los cigarros se consumen en el cenicero sin que nadie los fume y un risueño enano dictador puede ganar limpiamente unas elecciones. A las tres y media de la mañana la lluvia hace un ruido del carajo. Se torna absolutamente crucial contemplar como empapa las aceras. Que nadie pisa. A las tres y media de la mañana los ángeles potenciales llevan un buen rato durmiendo. Y las psicópatas potenciales... nos debatimos entre la tila y el valium.
Dime qué es lo que escondes tras esa mirada furtiva. Qué piensas cuando giras la cabeza entre la multitud y te detienes buscando mi rostro. Qué sientes al encontrarte mis ojos. Dime. Por qué me miras diferente si hay más gente que pueda verte. Para qué tan fugaz. Dime por qué te miro. Pero dime algo. Porque siempre me fue más difícil descubrir qué se esconde tras los ojos claros. Porque no comprendo las reglas del juego. Porque si guardas silencio... no voy a tener más remedio que seguir mirándote.
Hay que joderse...