Hay palabras que son veneno sin ser mentira. Recuerdos que son ciertos sin ser reales. Hay un orden inquebrantable en el caos. Esencias que embriagan sin oler a nada. Postres más amargos que los platos que les preceden. Hay silencios que dejan sordo. Voces que hablan sin decir nada. Derrotas que huelen a triunfo. El hielo puede quemar. Y una hoguera puede dejarnos los pies de escarcha. Seguro que se ve el horizonte tras esa colina. Lástima que haya roto mi equipo de escalada. Demasiada roca en los últimos ascensos. Me dejé olvidadas las ganas en la falda de alguna montaña. Ójala recordase cuál de ellas me derrotó.
Que absurdo. Sacar la pala y enterrar recuerdos con complejo de topo. Tratar de no pelear con las sábanas. Ver brasas encendidas en jaulas de hielo. Que estúpido. Desear un encuentro casual al que temes. Odiar las únicas horas que cubren la vigilia. Aborrecer el sueño y no querer despertar. Que ironía. Limpiar las vitrinas en las que sólo guardabas polvo. Y pelarse los nudillos al decubrir que no siempre estuvieron vacías. Que extraño. Reconocer un aroma entre cientos y no saber a quién pertenecía. Encontrar señales en la arena que ya han lamido las olas. Que imbécil soy a veces.
En mi delirio creí conocer cuantos puñales te atormentaban. Juré asomarme al abismo de tus lágrimas. Pese a mi vértigo. Siempre que recibieras su visita. Y corté con saña los lazos que me ataban al mundo. Ignorante, en mi particular odisea, de tus ardides. Jamás le ví intencionalidad a tu veneno. Ni dobles sentidos a tus palabras. Apuraba tus copas con una sed desconocida. Terminando completamente ebria sin llegar a saciarme. Te serviste como el vino peleón. En cantidades industriales. No supe que tu droga me mataba lentamente. Cálida y sibilina. Como las palabras con las que te regalé mi último aliento.
Al menos una vez en la vida creí en esa moneda. La arrojé a la fuente, de espaldas. Por encima del hombro. Cerré los ojos con fuerza sabiendo un deseo que no pedí. Y la escuché sumergirse despacio. Entonces ignoraba que era mi esperanza lo que se ahogaba en el agua quieta. Que con ese trozo de metal morían mil de litros de mi inocencia. Me engañaron. He perdido mucho después de lo que, dicen, es lo último que te abandona. Hoy me recuesto vencida en un lecho de rocas. Preguntándome si no debería haber pagado algo más por mis sueños.