A mí no me rompieron el corazón. Fui yo quien iba recortando trozos poco a poco. Los perros a quien se los daba de comer me lamían las manos. Ensalada de bagatelas. Aliñada con la consciencia de quien sabe que quedan muchas partidas. Y muy pocas victorias. No tiene remiendos. Es un pedazo de carne cicatrizado en exceso. Nada como el yodo del tiempo. Un fragmento de piedra fría. Que cuando se enciende quema. Me abrasa. No me deja respirar.
- Tu pasión por los extremos te matará joven.- decías convencida entre trago y trago de martini.
- Seguro. Pero nunca dije que quisiera vivir cien años.
Apagué el cigarro en un charco de vino del suelo. Y me puse otro en la boca. Tenías la mirada perdida en el contenido de tu vaso. Los ojos más oscuros que conozco.
- ¿Cuántos crees que vas a durar?.
- Ni idea dije levantando los hombros A este ritmo con el vodka quizá no vea amanecer mañana.
No sonreíste. Nunca fue fácil hacerte reír. Te levantaste a cambiar la música y pronunciaste tu sentencia antes de que comenzase a sonar la canción.
- No creo que llegues a los treinta.
Y supe que hablabas en serio. Como todas las noches. Sentí aquello que se siente al oir un pensamiento propio de labios de otra persona. La vela se estaba apagando. Sostuve tu mirada hasta que nos quedamos sin luz. En silencio. Pensando que aún nos quedan diez años para juzgar tu profecía.
Ya era hora. De que te quitases la corona de Emperatriz de la Tristeza. Y te calzases las botas de correr tempestades. Sabes que para mí no hay mejor lecho que la curva de esa sonrisa. La que nace sin motivo aparente. Y descansa en tu rostro aun cuando recuerdas lo cabrón que el mundo ha sido contigo. Que son muchos años asumiendo golpes certeros. Bailando descalza bajo el velo de nubes grises. Aguantando estoica desafortunados silencios. Se esconden escalofríos en mi columna al mirarte. De orgullo. Admiración. Por el simple hecho de que me arrancaría los brazos si con ello pudiese garantizarte un segundo de felicidad. O toda una vida.
Deja de jugar a hacerte nudos en el estómago. Ni siquiera saben bien cuando no son artificiales. Deja de reírte sin ganas. Ahora ya hay más de cuatro que no creen en la curva de tus labios. No bailes. Cuando dices morir por dentro. Nadie lo asume contradictorio. Huele a mentira. Y a cal. Guarda tus lágrimas de cocodrilo. Me aburren. Podría rajarte las entrañas con problemas de verdad. No necesariamente míos. No te sorprendas. Dijiste conocer mi cara más fría. Sin haberte llevado una bofetada de realidad. No me mires así. Por haber elegido otras espirales. Por salir de la tuya. Y si escuece... no me lo digas. Reserva tu saliva para otras causas. Alguna que merezca la pena.