¿Quién soy yo para darte consejo? Alguien que no sabe desayunar sin café y un cigarro. Que se acuesta cuando apagan las farolas. A fin de cuentas sólo he vivido un par de años más que tú. Aún recuerdo cuando te hacían mella mis palabras. Todas aquellas noches en las que te decía que al final de todo eres lo único que tienes. Pensamiento cartesiano. Y que siempre estaría cerca por si al tropezar necesitabas una mano. Ahora callo. Consciente del hecho más que probable de que no te hago ninguna falta. De que podría cantarte misa en hebreo. Y seguirías tu camino sin darle demasiada importancia. Una de dos. Me adjudiqué el papel equivocado. O me queda grande el intento de ser una hermana mayor para ti.
Me había abierto los nudillos de llamar a puertas que encerraban a nadie. Tenía el pelo calado por una lluvia que no había pedido. Y la ropa mojada de arrojarme a las fuentes por pura rutina. Tenía frío. Los ojos rojos de quien ni sabe ni quiere dormir. Escarcha en los labios. Y la determinación de aquellos que emprenden un viaje a sabiendas de que no hay destino. Tenía lo esencial. Las ganas. Mientras caminaba de vuelta al punto de partida con las botas destrozadas. Y la sensación de haber emprendido el camino sin lo más importante. Aún hoy me pregunto qué cojones es lo que olvidaba. Cuánto pesaría para que, en su ausencia, no supiera caminar.
Sigo reservando los amaneceres por si te dignas a aparecer de la mano de Morfeo. Y aunque vienes a menudo rara vez dices nada. Tampoco en lo onírico te llevas bien con las palabras vanas. Aún tengo la fea costumbre de dar manotazos cuando alquien se acerca demasiado. Consecuencia de la falta de aire. O simple velo que cubra mi pavor al compromiso. Más de una vez has vuelto con los ojos morados. De lágrimas. De golpes. Pero vuelves. Y me encuentras dibujando asteriscos en la pared. Ignorando que te has clavado en el centro de todos ellos. Que me sangran los dedos por todas aquellas veces que he querido tocarte. Y no he podido.
Colarse por la puerta de atrás no es necesariamente no tener invitación. Especialmente cuando no se disfruta de la alfombra roja. Tan solo buscaba vaciar un par de jarras contigo. A ser posible en un rincón apartado al que no llegase la luz. Sabías que se me enreda el glamour como los cordones de las botas de un niño. Que no soportaría ser un trofeo más en la pared desconchada que visitas tan poco. Y aun así colgaste de mi cuello un pase vip inmerecido. Rozaste mis labios un segundo antes de fundirte con la gente. Fuiste el centro de todas las miradas. De la mía. Me habría quedado un rato más en tu fiesta. De haber sabido que el precio por dejar de amarte era masticar este odio que me ahoga. Que se clava en mis ojos. Y no me deja querer verte.
Una noche más desde el destierro del sueño. Preguntándome quiénes seríamos sin alguna dosis de caída libre. De vez en cuando. Evocando sin éxito el sabor del café de la tarde. Con la certeza de que uno ahora me sentenciaría a ver el amanecer sin haber catado las sábanas. Diez décimas pueden arruinar semanas. Tres días ponen patas arriba la rutina. Una fecha rebobina memorias y recuerdos. Y yo me pierdo entre tanto número absurdo. A veces es una putada ser una Chica de Letras.
Querías pintar el retrato de la soledad que te marchitaba. Ansiabas llorar con la furia de quien pierde. Cansada de secar lágrimas de impotencia. Te abrazabas al sol de aquella mañana que te prometió que todo sería distinto. Y el deseo de cambio no te dejaba ver como giraba el mundo. Permaneciste de pie. Con el semblante serio y los ojos cerrados. Esperando que el viento cambiase de dirección. Sin fuerzas para dar un paso como el que te trajo hasta aquí. Záfiro sopló con demasiada fuerza. Te derrumbó. Y decidí recostarme en tu regazo. Mi estupidez no supo tenderte la mano.
Podría adornarte mis caídas con mil quizás. O hacerte el viaje más ameno tratando de no parecer la definición viva de melancolía. Me llamas bohemia porque he olvidado que las noches son para dormir. Porque me tatúo la mueca de quien ha visto demasiado. Y a días no me apetece saber que el mundo es mundo. Poblado de gente con ganas de comunicarse. Hay quien lo pinta de frialdad. Ignorando que un ser asocial puede arder en el infierno de su encierro. Sin encontrar sentido a los preceptos más básicos. No te asustes porque calle. Todo lo que podría decir lo dijeron otros antes que yo. Bastante mejor expresado.