El mundo es un inmenso salón de baile. La misma melodía triste se repite en bucle por unos altavoces a los que alguien olvidó pasar el polvo. Aquellas parejas disfrutan con la danza. Otros se han sentado con la cabeza entre las manos. Quizá para dejar de ser. O simplemente hastiados de la escasez de silencio. Yo sujeto un vaso siempre medio vacío junto a la barra. Escucho. Miro. Y temo que se me trabe la lengua cuando tenga algo que decir. Que no quede licor en mi copa. Que ya sea demasiado tarde.
Una caja llena de nada se desliza al interior de un nicho. Madera oscura. Muy pulida. Reluciente. Ritual que de doloroso me parece cruel. Ver como te marchas en escasos fotogramas casi velados por el sol de febrero. Asimilar que te has ido. Sin más. Saber que nadie me llamará jamás con el nombre que inventaste hace casi veinte años. Mirar alrededor buscando perspectiva. Y encontrarme con un puñado de gente destrozada. Que te llora sin comprender que con ella se fueron también tus ganas de vivir. Verme a mí misma. Recordándote con tu eterno Ducados entre los dedos. Con un cerco gris bajo los ojos húmedos que me miraban siempre con media sonrisa orgullosa. Mientras siento el vértigo de mis lágrimas cayendo al suelo. Y trato de averiguar cómo voy a echarte de menos. Ahora que sé que nunca volveré a verte.
Hay un par de sueños muriéndose en aquel cajón. Tú y tu manía de guardarlo todo bajo llave. Nadie te dijo que oxigenaras tus palabras de vez en cuando. Que mañana siempre es tarde. Y caminaste de puntillas entre las vidas de otros. Por no ensuciar demasiado. Tan sólo tenías que gritar. Una sola vez. Para darle por culo a ese monstruo que llaman silencio. Y soltar tu cuello de entre sus manos. Hubiese bastado una palabra. Hubieras podido volver a respirar.
Tengo el rostro de quien sobrevive a regañadientes. Las ganas de aquellos que se saben derrotados. Y el calor de una madrugada de enero. Yo tampoco sé que les pasa a mis ojos. Si decidieron vestirse de luto o sólo trataban de hacer juego con el paisaje. Tampoco me importa demasiado si hoy escuecen mis palabras. No estoy muy segura de ser quien las pronuncia. Y si esa luz del horizonte es el sol, ha conseguido engañarme. Sólo veo destellos intermitentes de un faro escribiendo su propio epitafio. Qué mal se me dan las señales. Por favor, que alguien me preste unas gafas de lejos. Me siento incapaz de vislubrar el mundo más allá de mi propia nariz.
No temas. Tu sonrisa aparecerá un día de estos. Seguramente enterrada bajo los escombros de lo que fuiste y no eres. Junto al billete de tercera a Nunca Jamás que creías perdido. Volverás a usarla a modo de paraguas. Para no mojarte con la furiosa lluvia de mentiras en la que has convertido tu vida. Y surgirá de nuevo la alfombra roja bajo tus pies cubiertos de barro. Ojalá no sea demasiado tarde para empañar el espejo. Y hacer caso omiso de tus incipientes arrugas. Ojalá la gente siga aceptando tu cuerpo como moneda de cambio.