Decías que había basura que no manchaba. Que jugabas al escondite con el tiempo sin espacio. Que sabrías amar sin morirte cuando llegara el momento. Creiste que el riesgo de saltar era coger poco impulso. Y te estrellaste mil veces antes de saber que la caída no duele. Que lo que escuece es saberte vencida cuando lo has dado todo. Descubrir que tu puñado de cartas no son toda la baraja. Y que destino, arbitrariedad y circunstancia son mejores jugadores que tú. Jurabas que saber perder era negar de antemano la victoria. Hoy besas el suelo con el labio partido. Los ojos morados. Sabiendo que la próxima vez lo apostarás todo para aprender a asumir la derrota. Si aún queda alquien que quiera enseñarte.
Qué puta paradoja. Sólo te entiendo cuando callas. Guardas el silencio de quien es hábil. Diciendo mucho de todo. Y poco de ti. La costumbre te ha habituado a no pasar por alto a ojos de nadie. Una carga que a mí me derrotaría. Y tú llevas con gracia. Pese a que sabes que no siempre se habla bien de quien se habla. Me sorprendes. Cada vez con más frecuencia después de tanto tiempo. Me descolocas y ríes. Comprendiendo un juego que sólo tú conoces. Y yo me esfuerzo por entender. En un instante todo se vuelve nítido. Cobra sentido en tu piel. En tu silencio. Después caos. Ausencia de control. Dibujo espirales en tu espalda. Y duermes. Mientras yo trato de poner en orden el devastado mundo de mi mente. Que intuyes sin descifrar. Al menos esta vez no salí corriendo. Aunque desconozco el origen del valor que me dejó ver tu despertar.
Qué digo cuando no siento. Cuando me arropa el vacío. Y deja mis manos gélidas. Cómo te hago saber que estás lejos. A tres metros de mí. Tan lejos. Inalcanzable. Que me pertenece el cristal tintado que nos separa. Que me aterra abrile. Y que tampoco esta vez quieras entrar. Cómo evito ser tan breve. Directa y fría como una bala de plata. Arráncame la lengua. Quédate sólo con mis ojos de cachorro herido. Desármame. Róbame las palabras. Si sólo puedo quererte. Si no puedo hacerte feliz. Déjame al menos ser inofensiva.
Puede ser que tengas razón. Y lo mío sea sólo otra demostración de estupidez congénita. Puede ser cierto. Que el asunto no sea tan grave. Y que sea mi óptica absurda la que transforma la niebla en murallas de acero. Puede ser. Que haya aguzado tanto mi oído que los susurros me suenan a gritos desgarrados. Que el olvido no llegue jamás aunque le llame. Que mi estómago reniegue del tequila sólo por los recuerdos que viajan en él. Por mi garganta. Por mi cerebro. Puede ser que exagere. Que catastrofista me defina mejor que mil ensayos. Que me vea morir por balas que sólo hacen rasguños. Puede ser. Pero nena, da igual cuanta sangre pueda manar. La profundidad de la herida que ves no importa. El dolor depende de quien me dispare.