Pruebo a fingir que es un día como cualquier otro. “Abrígate, hace fresco”. Camiseta de manga larga, vaqueros anchos y a correr. Cargo la mochila con la carpeta, estuche, tabaco, llaves y el móvil. Siempre por ese orden. Meto el mechero en el bolsillo derecho del pantalón y los 50 céntimos para el café en el izquierdo. Voy pronto, para variar. Las nubes amenazan lluvia. Mala señal. Llamará al recuerdo. Evito mirar hacia arriba. Llego a la facultad y la peña saluda por los pasillos. Parece que hoy no viene la de escrita. De puta madre. Primera hora... y ya no escucho. Ha empezado a llover y las gotas en la ventana son más interesantes que un análisis de la pasada campaña electoral. He caído. Pensé que tardaría más. ¿A quien quiero engañar?. Lloverá todos los 29 de cada mes... hasta en febrero. Me resigno. Soy incorregible. Paso de quedarme a más clases. Salgo y camino por las mismas calles mojadas. Mirando los mismos árboles y arropada por el mismo cielo gris. Pero todo es distinto hoy. Ya no me gritan mil voces desde dentro. No late. Se durmió y no quiso despertar.
Look for the way to find out air
we´ve spent too many tears to wash the earth
look for the way
We´ve spent too many tears... no life no air
Boca arriba. Con la mirada perdida en las sombras que la luz dibuja en el techo. Sin valor a hacer ningún movimiento. No sea que se rompa el encanto. Recuerdo la explanada. El verano. Las estrellas fugaces y el viento colándose entre mis manos. Deseos ya extintos. Los cumplidos. Los imposibles. El silencio. Sigo sin moverme. Como si mi propio destino estuviera jugando al escondite conmigo. Con el mundo. Sé que me evado demasiado. Soy consciente de cuanto me gusta escaparme. Pero no es intencionado. Lo juro. Simplemente lo hago. A veces encuentro el motivo, pero son tan pocas que he perdido el interés por buscarlo. Me dejo llevar. Sólo... quiero bailar un poco con el viento. Sentirme libre. Volver a nacer.
El último cigarro ha estado muy cerca de la perfección. Un sorbo de café y una honda calada. El sabor perfecto. A realidad y crudeza. A intensidad. Lástima de lo efímero. Otro momento que no volverá a repetirse. Ahora descansa en el cenicero un hermano suyo. El humo que desprende serpentea en el aire antes de convertirse en una mancha informe y difusa. Oigo el crepitar del tabaco al prenderse. Escucho con atención, pero nunca distinguí palabras. Hoy no va a ser distinto.
Estoy sola. Hay gente en casa, pero duermen como bebés. El insomnio me ha hecho amiga de los libros, de las imágenes, de los más sórdidos pensamientos que imaginarse pudieran. Me hizo conocer a quien marcó sin saberlo un punto de inflexión en mi vida, pese a no compartir mi pasión por la nocturnidad. Pero me ha acercado sobre todo a mí. A mi propia naturaleza. Sombría y solitaria. Silenciosa y libre.
He desechado cuarenta mil veces la idea de abrir la boca. He muerto como mueren los lobos, alejándome de la manada para lamer mis heridas. He llorado hasta rozar la inconsciencia. Grité un par de veces, pero la afonía me dejó sorda y me rendí... no sé cuando. Hay tanta soledad en la compañía que me ahoga. Hay tanto silencio en las palabras que resultan tan inútiles como regar con mis lágrimas la arena del desierto. Hay tanta ceguera en las miradas, tanto odio en las sonrisas... que el concepto de racional parece haberse vuelto loco. Nadamos frenéticos en un mar de preguntas hasta que descubrimos que podemos volar. Somos aire. Nunca aprecié nada que no pudiera perder, ni me aferré tan fuerte a una soga desmembrada. Nunca supe si caería... hasta que caí. Me absorbió la oscuridad como se aspira el humo de un cigarro. Me abrazaron las sombras y decidí quedarme dentro. Nada puede herirme en el dolor. Nada va a deslumbrarme en la oscuridad. Por ahora.
Llegas tarde. La gente que pasa me mira como si me hubieses dado plantón. Yo sé que vendrás. Siempre llegas. Apuro las últimas caladas de un cigarro antes de catapultarle al suelo. Hoy el sol me hace daño. Me duele la luz, para variar. Alzo la vista con los ojos entrecerrados y te veo cruzando la calle con una inmensa sonrisa. Sonrío. Ya me has vuelto a alegrar el día. Me abrazas y siento que se para el tiempo. No me ves, pero tengo los ojos cerrados. Así puedo tenerte un poco más.
Comenzamos a andar y buscas mi brazo. La dirección de siempre y sin destino premeditado. Nos hemos prometido que será sólo una hora. Dos con leche. Hace calor... el mío con hielo. Hablas. Te escucho. Te miro. Absorbo cada palabra, cada gesto. A veces creo que puedo ver tu alma. El reloj queda lejos. Bebo sin prisa. Compartimos un par de cigarros. Esta semana fumamos menos. Seguro. El tiempo nos sorprende de nuevo. ¿Dos horas ya?. Jodida tarde. Tenemos que estudiar. Salimos y caminamos, pero sin prisa. El Ayer nos espera con los brazos abiertos. Y el mañana. Y toda mi vida.
¿De dónde vengo...? El más horrible y áspero
de los senderos busca,
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El mas sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.
Perder el control. Ser arrastrada por la música. Gritar. Levantar los puños. Sentir el calor de la gente. Desfile interminable de vasos. Hacía tiempo que no me pasaba. Un concierto capaz de llevarme lejos de todo... aún más. Mi cuello está resentido. Tengo la boca seca y un par de pastillas no han podido borrar del todo los excesos de anoche. Apenas sí puedo hablar y, cuando lo hago, es una desconocida voz gutural la que escupe mi garganta. Una voz alterada. Tal vez mi voz real. Me prometí que no volvería hacerlo, pero también me prometí no volver a decir nunca.
Hoy el destino me ha recordado cuanto lo echaba de menos. Otra sensación que me cautiva. Por horrible que resulte a ojos ajenos. Un secuencia de imágenes difusas y cortadas por la noche. Cruel y física realidad la mañana siguiente. Mi vida. He leído que los poetas mueren más jóvenes. Creo que se los lleva el Hada Verde. O Eva. Un grupo heterogéneo de vicios y creación. Una desbocada espiral de autodestrucción. Yo también moriré joven. Yo también soy poeta.
Se cubre con una raída gabardina gris. Hasta en verano. No recuerdo cuando fue la última vez que lo había visto. Tiene los ojos de alguien que ha vivido demasiado. Profundos y tristes. Enrojecidos. El pelo largo y la barba rala. Jesucristo cuarenta años después. Camina despacio, en silencio. Arrastrando sus viejas zapatillas de lona por el pavimento. Con la cabeza gacha.
Recoge las colillas que los demás desechamos y las prende con la minúscula llama de una cerilla. Todas las caladas son la última. Duerme abrigado con una apolillada manta negra sobre el cartón de un frigorífico. Incluso bajo las crueles heladas del enero vallisoletano. Jamás le he visto extender la mano. Nunca habla para nadie más que sí mismo. Murmura entre dientes palabras arrastradas. Siempre le he observado, pero no ha levantado la vista. Ninguna sonrisa ha acariciado su rostro desde que tengo memoria. Huele a vino y a miseria. A pobreza. A vejez. Y mi atormentada curiosidad le ha cogido cariño. Esta va por ti, Cartones. Salud
Las horas me adelantan cuando estoy dormida. Pasan junto a mí, rozándome con brusquedad. Hacen que mi sueño se tambalee. Me despierto sobresaltada, respirando como si acabase de salir del túnel del terror. A veces, siento ganas de gritar. Porque no puedo dormir seguido cuanto quisiera. Porque estoy asustada y no soy capaz de recordar qué sueño ha sido el culpable de ello. Porque hace años que mi hermana ya no duerme a mi lado y su habitación queda al fondo del pasillo. Porque ya no tengo quien me proteja.Porque me siento imbécil pretendiendo descansar.
Es tarde... y no tengo sueño. Pero los minutos pasan deprisa y cada uno de ellos supondrá un aliento menos de energía cuando despierte. Mañana besaré con pasión la primera taza de café del día. Un beso largo y húmedo que me devuelva a la vida. Como en la bella durmiente... sólo que yo no soy una princesa... y quizás tampoco logre dormir esta noche.
Camino por la calle como un autómata. No hace falta que guíe mis pasos porque ellos ya conocen la ruta. Yo simplemente me dejo llevar. Estoy destinada a recorrer esas calles al menos unos años más... y ya me he cansado de ellas. Cada día, un detalle, por ínfimo que sea, hace el trayecto distinto al anterior, pero me es imposible recordarlos por separado. Es como si fuese embalada por un circuito cerrado donde los únicos cambios los aportan los espectadores. Sus caras. Sus ojos fríos cuando paso por su lado. Siento sus miradas, que se clavan siempre donde no puedo enfrentarlas: mi ropa, mi pelo, la mochila, mis botas... sólo ella me mira a los ojos. De lunes a viernes, desde el primer día, las opuestas direcciones que seguimos nos inducen a enfrentar las miradas. Al menos así era al principio. Ahora es casi una obligación. Se sorprendió el día que me vio fumando. Yo hice lo mismo cuando escuché, apagada por el viento, la sintonía de M80 que emanaba de su walkman. A veces ella sonríe. A veces lo hago yo. Pero pase lo que pase, sé que la veré en la misma calle de siempre, o en la plaza, andando con paso acelerado y levantando la vista con valentía cuando se acerca el momento. Sólo ella. Los demás... un baile de máscaras.