La luz de la pantalla le infunde una palidez cadavérica a mi rostro. Me pregunto si no será hora de volver a intentar dormir por las noches. De borrar las ojeras a sabanazos ahora que han comenzado las clases. Y la duda dura un segundo. El Kazaa me pone en lista de espera remota. Le mando a tomar por culo en todos los idiomas que conozco. Los segundos se me antojan habitaciones con las persianas bajadas. Inescrutables. Un vacío tan lleno de nada que no cabe ninguna cosa. Ni tú. Ni yo. Ni mis abstracciones.
All my dreams... it suddenly seems...
it suddenly seems...
empty."
Tu visita me huele a reincidencia. Y aun así se me olvida tu fea costumbre de no llamar a la puerta. Ignoraba que también sufrieses insomnio. O que madrugases tanto. Las seis de la mañana siempre es mala hora. Has venido para sentarte frente a mí y observar cómo me ahogo en el llanto. Con esa expresión de serena melancolía que rezuma clase. Madurez. Dos virtudes de las que yo carezco. Tristeza hija de puta. ¿Qué esconde tu mirada asfáltica que tanto me embruja? ¿A quién le robaste el gris de tus ojos acuosos? ¿Por qué cojones eliges siempre mi cama para amanecer desnuda?
Siempre que despego se me viene a la boca ese regustillo mezcla de nervios y miedo. No sé si a la caída o al mero hecho de volar. Aunque esta vez el pánico no tiene cabida. Estoy demasiado bien acompañada.
[No es casualidad el hecho de que las caras aparezcan cubiertas. Es que cierto componente me ha denegado el permiso para poner su imagen aquí. Si no sale su jeta, tampoco la de las demás ;)]
Me cansé de bucear en tu alma. De aguantar la respiración. De perderme buscando la llave que abría tu mundo. Olvidé las bombonas de oxígeno en la orilla de tus palabras. Y me ahogué. Aspirando con furia el manantial de tu risa. Me ahogué en el lago de tus silencios. Que no era tan profundo. Me ahogué de mil y una formas en tí. Y cuando las olas de la verdad me sacaron a flote no conseguí respirar. Es ahora, en el desierto de tu ausencia, cuando caigo en la cuenta de que fui nadie. Apenas una bacteria perdida en tu océano.
Hoy no me da la gana sonreir. Aunque tú sí me regales la mejor de tus sonrisas al ponerme el café. Hoy me encabrona que me guiñes un ojo al darme el cambio. Que roces la palma de mi mano más tiempo de lo debido para soltar dos cochinas monedas. No siento lástima por tu cara de decepción. Ni ganas de darme la vuelta y soltarte eso de “tengo un mal día”. Ni se te ocurra llamarme bonita. Podría pintarse el manto de una madonna con mis ojeras. Hoy me resulta repulsivo tu flirteo. Otros días tan solo indiferente. Ni voy de diva ni de quasimodo. Es que me sobra frialdad.
No es culpa mía si la distancia me saca a bailar. Si dejo de existir unos dias. Unos meses. Para el mundo en general. Para tí especialmente. No es culpa mía. Es simple necesidad. Sed de la libertad utópica de la que hablan los poetas. Un instinto tan primario como la supervivencia. Y tan antiguo como mi cuerpo. Recuerdo que corría desnuda por el pasillo antes de que a mi madre le diese tiempo a ponerme el pañal. En un intento (siempre frustrado) de demostrar que no necesitaba la ropa. Ni a nadie. Ni nada. Siempre he dependido de mi independencia. Paradójico. Absurdo. Pero real. Como ese mutis en el que te encierras ahora. Lejos. Tan lejos que acallas las olas que barrían la arena de mis dudas. Tan lejos que se ha quedado corta la cuerda que tiendo para asirse a mi abismo. Tan lejos. Tan libre.
Miserable silencio. Te cuelas como el ácido en las llagas inaccesibles de mi mente. Revelando negativos de palabras sordas. O palabras que no quiero oir. Bastardo. Acusando la cojera de mi lógica. Mostrándome una vez más cuan absurda es la realidad contemplada desde ojos acuosos. Velando las imágenes obvias. Delatando mi ineptitud. Te odiaría si supiese dejar de amarte. Asesinaría a gritos tu evanescente presencia. Reventando mis pulmones. Golpeando las paredes a cabezazos. Te destrozaría. Para darme cuenta, un instante después, de que tu ausencia duele más que el vacío de tus besos.