Si no fuese por este calor me subiría por las paredes. Bailaría cualquier danza india alrededor de una hoguera inexistente. Saltaría, quizá, sobre el montón de apuntes que me he quitado de encima. Pero hace calor. Mucho. Y me tumbo en el suelo con los brazos abiertos mirando al techo. A ver si se mueve él antes que yo. Cojo la guitarra y toco Judas despacio. Suena distinta boca arriba. Más grave. Influyen mis ganas nulas de afinar. Me siento bien. Porque no debo hacer nada. Me guia el instinto. Pienso que ya era hora. Se me abre un vacío en el estómago al tocar Stairway to heaven. Y dejo la guitarra sobre mí. Inerte. No me devuelve el abrazo, aunque yo crea sentirlo. Soy una marioneta sin hilos que ha caído del escenario. Un duende perdido lejos del Bosque de las Hadas. Sin destino. Sin voz. Sólo mi Jane. Y un puñado de acordes desafinados.
28 horas. Para mandar todo a tomar por culo. Para salir del aula de tortura 103. Esa en la que estás a dos metros del humano más próximo. Para que abandonar mi cuarto no suponga una violación del estúpido código moral del estudiante. 28 horas. Para que acabe el 28. Para sacar a patadas de mi cabeza todo concepto contrario al ocio. Aún más. 52 horas para llegar a Medina. Para aceptar ese reto etílico que tenemos pendiente. "Hasta que nos cueste permanecer en pie". 28 horas para pensar en ello sin sentirme culpable. 28 horas. Que parecen días. Puta relatividad.
Hoy le sacudo un martillazo al espejo. Pam. Mil y un trozos de vidrio reflectante por el suelo. A ver cómo soy fragmentada. Porque poco importa el orden perfecto si nunca se ha tenido. Ni se va a tener. La imagen que me devuelven los cristales es descriptiva. Cargada de certeza. Soy inconexión. Miro otra vez. Cada segundo que pasa le roba sentido a mi gesta. Suelto una sonora carcajada. Por lo mal que se me da imitar a Narciso. Porque he olvidado para qué cojones me disecciono. Porque hay días en los que sólo estoy. No soy. Y anochezco buscándome. A sabiendas de que será el tiempo quien me encuentre. Dormida. Muy probablemente.
Ayer soñé que todo funcionaba. Que mis palabras no abrían heridas incurables. Que los silencios ululaban entre mi pelo formando melodías. Que podía cantar con mi voz sin despellejar mi alma. Soñé que se deshacía el nudo en mi garganta y respiraba de nuevo. Que el vaho de mi aliento sólo empañaba cristales. Y no pensamientos. Soñé despierta que encontraba el sentido de mi existencia. Me pateó la realidad. Desperté sin abrir los ojos. Conteniendo un grito. “Eres libre, imbécil”.
Las aceras están pintadas de gris. Como el cielo. Algun capullo ha dado a todos los edificios el mismo color acre. O quizá sea que mis ojos ya no funcionan bien bajo el sol. Una mujer se detiene espantada a mi lado. “¡Hija! ¿No tienes frío?”. Miro a mi alrededor. Cazadoras. Yo voy en tirantes. “Señora... yo ya ni siento”. Y prosigue su camino rumiando mi respuesta. La calle se me antoja surrealista. Efecto de la reclusión voluntaria. Supongo. Llego a la facultad y vomito los vestigios de mi agotado cerebro en el papel. Cuando salgo tengo la sensación de haber parido un alien por la cabeza. Y vuelvo tambaleándome sobre mis tres horas de sueño. Esquivando sin saberlo conversaciones líquidas. Soy un fantasma en el mundo real. Una caricatura en lo onírico.
Después de un par de horas dándole a la gramática, español normativo y demás zarandajas me he dado cuenta de que...
a* Tengo un laísmo de cojones [Jaun tenía razón :_( ].
b* La coca-cola es un sutituto barato del café.
c* Puedo pensar 4000 formas alternativas de invertir mi tiempo mientras estudio.
d* No por mucho desnudarme amanecerá nevando.
e* Fumar me da sed.
f* Debería raparme las melenas.
g* Puedo leer mis apuntes mientras bailo Radar Love.
h* Estudiar me saca la vena Duende-Trastornado
Esto rompe sorprendentemente el habitual pesimismo del Blog. Enhorabuena, May. Has logrado que piense en verde. Si dura van a ser dos Coronitas en vez de una. Salud y Heavy Metal.
Tengo la sensación de haberme cargado un buen número de buenas personas hasta la fecha. Ángeles potenciales. Ese ínfimo porcentaje de gente de bondad innata. Poseedores de una visión limpia y clara del mundo. Que yo no tengo. Hay parte de envidia en mi propósito. Parte de maldad. No pierdo el tiempo convenciéndome de que lo hago por su bien. Sólo amplío las puertas de la percepción. Para llegar a lo infinito. Como decía Blake. Es una devastadora costumbre. Mostrar todo el mal para apreciar el bien. Si es que existe. Hay quien lo agradece. Y un buen puñado de gente que desearía no haberme conocido. Me la suda. El odio me mantiene en vela. Me da cierta presencia. Me da la razón.
Los errores, lejos de desdibujar nuestra personalidad, nos definen. Está esa clase de personas que cometen pequeños descuidos. Olvidan fechas. Envían un mail incriminatorio a la persona equivocada. Sueltan la barrabasada más inoportuna delante de quien no deben. Y por otro lado están los emperadores de las meteduras de pata. Aquellos que son pillados in fraganti mientras critican o insultan. Los que susurran el nombre de una tercera persona cuando comparten un orgasmo. Los que tiran una colilla encendida por la ventanilla del coche. Y es que los errores se miden por las consecuencias restando culpabilidad al acto en sí de errar. Nosotros los impulsivos lo sabemos mejor que nadie. Hemos perdido legiones enteras por una frase mal dicha. Hemos despertado el odio al no poder contener la más absurda risita en un velatorio. Hicimos llorar a quien menos lo merecía. Confundimos a quienes nos escucharon en un alarde de incontenible verborrea. Provocamos mareas de sentimientos. Y lo seguiremos haciendo. Aunque, muchas veces, no tengamos ni pajolera idea del alcance de nuestros descuidos.
Me he sentado. En el descansillo que separa mi bienestar de tu triunfo. Mirando a ambos con la certeza de que son niveles distintos. No estoy cansada. Pero me aburren las escaleras. Y tú no te decides a arreglar de una puta vez el ascensor. No espero nada. Me enciendo un pitillo y miro el paisaje tras la ventana. Ya no está tan opaca. Será de las veces que la he abierto para escaparme. Tú, nostalgia, eres un castillo en ruinas. Pero siempre vuelvo a probar tu café. Me tumbo en el diván y te ladro mis penas. Con voz entrecortada. Me pelo los nudillos contra tus paredes. Muchos pagarían por las lágrimas que me has visto escupir entre tus muros. Sin resultado. Sin conclusiones. Fuera de tí soy un apócope de mí misma.
Todo se difumina. Pretendo ser coherente. Pero hay algo en mis venas que lucha a brazo partido por impedirlo. Mi sangre es vodka. Y cerveza barata. Vuela en mi interior. Expande su poder infame. Casi lo había olvidado. La embriagadora sensación de descontrol. Hielos que quieren abrirse paso en mi garganta. La insana palidez de mi rostro. El sabor de un fin de semana. En su estado puro. El aroma amargo del príncipe Eristoff.
La inocencia es un fruto perecedero. El tiempo la contamina. La ensucia. Va depositando capas de polvo sobre ella. Hasta que la hace invisible. El tiempo es así de hijo de puta. Nos transforma en seres complejos. Casi siempre indescifrables. Nos aleja a pequeños pasos de verdades que creíamos inamovibles. Nos engaña. Hace que nos creamos alguien. Que finjamos ser capaces de entender lo que nos pasa. El tiempo nos empuja a la madurez. Un entresijo de deberes de apariencia absurda a los ojos de un niño. Yo camino por la cuerda floja entre dos etapas. Aferrándome sin éxito a una adolescencia que me ha abandonado. Cayendo irremediablemente en las responsabilidades que eludo. Perdiendo. Siempre perdiendo. Amigos. Juegos. A ti. Me pregunto si llegaré a perderme del todo en mi propio camino.
La oscuridad tiene la extraordinaria capacidad de dejarme en pelotas. No importa cuanto me esfuerze por taparme. Siempre me encuentra. Y me desvela. Aún más. Me susurra al oído. "Mantente alerta". El calor la hace densa. Mi reino por un soplo de viento frío. Para que nos acompañe. A las dos. Para que aparte el velo que le cubre el rostro y se dé a conocer. Me dice que somos iguales. Incapaces de soportar la luz. Calladas. Serenas. Crípticas. Oigo sus carcajadas cuando discrepo. Tan guturales como la misma sombra. Reconfortantes. Un día de estos le vendo mi alma. A cambio de su compañía. O de la de nadie.
Paseas tu culo enlatado en una minifalda de Berska. Color chicle. Cuidando de que ese rizo planchado permanezca en su sitio. Moviendo la cabeza de un lado a otro. A ver si cazas alguno. Quieres andar deprisa. Pero tus pasos son inseguros. Te asusta demasiado que algún maromo se lo pierda. Tu desfile. Que no llevas currándote el maquillaje desde las seis para pasar inadvertida. Te miro. Con un sentimiento entre la incomprensión y la lástima. Has fallado. Soy la única que ha levantado la cabeza de los apuntes. Porque me ha despertado tu taconeo. Tardo un segundo en volver al español normativo. A diferencia de ti, yo sí he venido aquí a estudiar.
Te he tallado una lápida. En mármol de Carrara. He roto en mi propósito el cincel de mis palabras. Aquel que forjé en los fuegos de mi ira. Aún sangran en mis manos las heridas abiertas por las astillas de tu recuerdo. Me perdí tu entierro. Lo reconozco. Estaba tan ocupada haciendo nada que olvidé llorarte. Cortaré una rosa negra de mi jardín. Por si te visito. Por si no puedo levantar la vista del suelo la próxima vez. Quizá corte también mis manos, ahora que no puedo tocarte. Si es verdad que después de todo hay más allá... volveremos a encontrarnos. Hasta entonces trataré de buscarme sólo a mí. Para variar.
In the certainty of friendship
Please retun it
A veces el espacio no implica necesariamente lejanía. A veces es sólo el silencio. Capaz de envolver por completo un millón de conversaciones jamás pronunciadas. Las palabras que quedan por decir. Las más sinceras. Dicen que los que aceptan la infelicidad son los únicos capaces de alcanzar la libertad. O de soportarla. Qué sé yo. Aún no me llevo demasiado bien con la mía. Temo que al aceptarla termine de helarse mi alma.
(Escrito desde la Facultad de Filosofía y Letras, Valladolid)