Voy a perderme en una isla durante un tiempo. O a encontrarme, quien sabe. Volveré. Es una amenaza. Saludos a todos y, como dicen por ahí... hasta que nos olamos.
Cuando camino se me pegan las suelas al asfalto. Parecen querer recordarme lo que dejo atrás. Hace tiempo que miro de frente. Porque se me olvida respirar cuando vuelvo la cabeza y veo lo que fue. Simplemente me ahoga recordar. Y el mar del recuerdo está cargado de chapapote. Que no me deja nadar. Pienso. Son todas esas cosas las que me han traído hasta aquí. Cada persona escribió al menos un par de palabras en este libro. O páginas enteras. Cada lugar. Cada noche. Todo registrado en un archivo que nunca ordeno. Imágenes. Sonidos. Olores. Se reducen a la mínima expresión del recuerdo y se distorsionan. Como la visión de las piedras a través de la corriente del río.
Al estado intermedio entre la vigilia y el sueño. A lo que digo cuando miro sin ser vista. Llámalo X. A ese pensamiento oscuro que me visita cada noche. A la decisión que tomo y no llevo a cabo. Al deseo que pido siempre que cae una estrella fugaz. Llámalo X. A la razón de mis lágrimas cuando se decidan a caer. Al silencio que guardo cuando quiero decirlo todo. Al aire que se me escapa en cada suspiro. Llámalo X. A lo que pienso si miro al vacío. A mis indescifrables tormentos. A lo que hago cuando me oculto a la sombra. Llámalo X. O llámalo Y. Bautízalo tú. Que mis respuestas así no hieran. Ni ahoguen. Bautízalo tú. Pero no preguntes. Sabes bien que me desangro un poco en cada palabra.
Ignoro el momento exacto en el que se apagaron tus ojos. Dudo incluso si fue repentino o me perdí su pausada decadencia. Pero ocurrió. Lo supe cuando dejaron de temblarme las piernas si me mirabas. Cuando dejó de dolerme el pecho al escucharte llorar. Caíste irremisiblemente en la vorágine de lo absurdo y no me oíste gritar desde el borde. Ahora nuestras manos no alcanzan a tocarse al estirar el brazo. Apenas un roce y me abrasa el recuerdo. Y ya no sé si lo nuestro fue un adiós, un hasta luego o una puta despedida a la francesa. He dejado de pensarlo. Sé que tú también. Y nos odio por ello. Igual volvemos a vernos pasado mañana. O nunca. Pero no soy amiga de incertidumbres y es probable que no me encuentres a tu vuelta. Me duele menos la certeza de haberte perdido que la posibilidad de que no quieras volver. Me dueles mucho menos cuando no estás.
Te pasas la infancia pensando qué harás cuando lleguen tus superpoderes. Esperando el día en el que seas capaz de volar o tus superpulmones te permitan apagar un edificio en llamas. Esperas. Pero ese día no llega nunca. Y te das cuenta, paulatinamente, de que el único poder que se te ha otorgado es el de tu presencia. Escaso. Y el de la palabra. No siempre útil. Individualizas. Consciente de lo mal que estás invirtiendo tu tiempo. Demasiadas horas besando botellas sin nombre de etílico contenido. Demasiados minutos en blanco. Noches en vela de amaneceres inciertos. Tardes bajo el sol de los fluorescentes anotando frases que esculpieron terceros. Medidas desproporcionadas en segundos. Haces poco o nada por cambiarlo. Hasta que decides patear lo inamovible. Y apuestas cuanto te queda por esa casilla apartada que dice "vivir". Simple y llanamente. Vivir.
Rara vez puedo evitar pegar un brinco cuando vibra el teléfono en la mesa. Sobre todo a altas horas de la noche. Pero cuando el ruido va en compañía de un silbido, se me dispara la sonrisa. Casi me parece oir tu voz diciendo "conecta ya o me empiltro". Perdí la cuenta de las veces que hablamos el año pasado. Aunque recuerdo los temas. Y la evolución. El alumbramiento progresivo de Little Monster. Que cada vez está más light por la falta de rodaje. Curioso que con la intensidad se atenuaran las concepciones. Ni tú eras tan friki ni yo tan dura. Ahora lejos del Taj... levanto igualmente mi vaso rebosante de absenta. Por la vida matrimonial.
Soy algo más empirista de lo que pensaba. De la peor de las formas. La inconsciente. Tantas acciones cargadas de efectos están enterrando la causalidad. Si haces esto pasa lo otro. Así de sencillo. Y que les den bien por el culo a los porqués. Pocas veces interesan cuando sangran las heridas que abres. Bien se trate de lo absurdo del instinto o del más elaborado de los planes. Las explicaciones enseñan bien poco de lo que merece la pena aprender. Y muestran demasiado de uno mismo. Una palabra. Un gesto. Un momento clave. Y estás condenado. A la etiqueta. A la definición. Hoy me debato entre el mutismo y la dosificación. Aunque un día creí ser transparente.
Si dejaras de revolcarte en ese charco de barro me entenderías. Ponzoña a la que dices te he arrojado yo. El mismo barrizal enano que alimentas con tus esputos. Que no se diga que te hundes por nada. A ti no te han enseñado el arte de la indiferencia. O lo olvidaste en una de tus muchas clases de victimismo. Me ahogas. Con esa patraña con la que adornas tu vida de lujo para captar atenciones. Me revienta tu forma de negarte a ver la belleza donde la hay. Tu manera de subestimar la vida. Que es lo único que tienes, coño. A ver si despiertas. Y te lanzas a correr, que las zarzas nos pican a todos. Vivir duele. Más me dolería a mí morirme mañana con la de cosas que tengo que hacer. Aprende. Crece. Ríete un poco. Que es gratis, joder.
Ha dejado de soplar el viento. Quizá yo era la única que lo sentía entre la ropa. La noche entera. El cielo se ha teñido de una claridad pálida. Casi mística. Ese color tan característico del amanecer. Me escuecen los ojos. Y me niego a echarle la culpa a la cerveza, para variar, cuando no atino con la llave de la verja. Echo el penúltimo vistazo a mis espaldas para llenarme del vacío absoluto que deja la ausencia de gente. Tu ausencia. Latente al oir el quejido furioso de los pájaros que despiertan cuando yo voy de cabeza al sobre. Soledad. Cuando no me sorprende darme cuenta de que llevo echándote de menos toda la noche. Me siento en la cama con un cigarro a medias y te escribo. Para enterarme de una puta vez de que me he enganchado a tí. Demasiado. De que te has merendado mi fachada de piedra. De que soy capaz de llorar cuando me faltas. De lo susceptible que soy a la necesidad.
¿Quién no ha hecho mil planes para el verano y se ha encontrado con esto?
(Vale. Igual debería dedicarme sólo a escribir. Pero me sale de ahí dibujar un poco. De vez en cuando. Que me gasto)